“Esta mi vida ya no es mi vida,
yo ya no soy yo,
soy todo un pueblo”
Hugo Chávez
Rafael Bautista S. (ARGENPRESS.info)
Las preguntas que ahora abundan
en las cadenas mediáticas dan cuenta de un afán solapado de discontinuidad en
un proceso al cual quisieran ver concluir, de una vez por todas. La sombra de
Chávez perturba, porque ya se intuye que no es, precisamente, una sombra
inofensiva. Por eso hay una insistencia en matar mediáticamente al líder, y
dejar a todo un pueblo huérfano en su propia suerte. Pero el pueblo no renuncia
a su líder, porque sabe que lo que vive en el pueblo, no muere jamás. En ese
sentido el pueblo es sabio: el deceso físico no quiere decir la muerte del
líder; porque lo que éste representa excede su sola presencia.
Entonces, ¿será cierto que los
muertos están muertos? Si la vida no se reduce a la pura existencia física,
¿será que la vida se acaba cuando se atraviesa el umbral de la muerte? Resulta
curioso que una mentalidad dizque cristiana crea que la muerte acaba con la
vida; pues todos los cálculos mediáticos y políticos que se desprenden de la
supuesta “Venezuela sin Chávez”, parten de aquel supuesto. Si el supuesto fuera
cierto, entonces la realidad quedaría desmentida (y la fe que tanto pregona
sobre todo la mentalidad conservadora). Para desmentirla se acude a la
calumnia, pero la calumnia también se engaña, pues no descubre nada sino
ensucia todo; lo peor: no permite que la propia realidad interpele sus opacas
certidumbres.
Si todo se acabara con la muerte,
entonces la fe quedaría en nada. A propósito de la reflexión que hacían los
religiosos en las exequias del presidente Chávez –y que los políticos deberían
aprender a tematizar–, la muerte del líder de un pueblo es ahora motivo para
cuestionar nuestras creencias y para limpiar la propia política de su
anti-espiritualidad. Pues el fenómeno de la resurrección tiene que ver con el
triunfo de la vida sobre la muerte, por eso dice el Evangelio (dado a los
pobres): quien cree en mí tendrá vida eterna. Si eso es cierto, la muerte no es
nunca el fin. Entonces, ¿cómo el muerto podría abandonar a los vivos? ¿Cómo un
pueblo podría quedarse sin su líder?
Venezuela no está sin Chávez,
porque Chávez está ahora más vivo que nunca. El pueblo así lo sabe, por eso los
testimonios abundan: todo el amor que tenía hacia su pueblo, ya no le cabía en
el pecho, por eso se le ha desbordado, para abrazar a todos. Por eso se dice
que la Iglesia verdadera está en el pueblo, por eso la “buena nueva” es para los
pobres, porque son ellos los “hermanos menores” que claman a los cielos por un
redentor que les muestre el camino (que es siempre “camino de vida”) de su
liberación. Por eso hay líder. Porque la liberación no es sólo cuestión de
ideas sino de ejemplo de vida, y éste es fundamental para que las ideas hagan
carne (de lo contrario las ideas se las llevaría el viento).
Parte de nuestra condición humana
es aquella empatía necesaria que requieren pueblo y líder en esa recíproca
constitución en sujeto. Los poderes fácticos son conscientes de aquello, por
eso denuncian todo liderazgo como caudillismo y calumnian de populista toda
identificación del pueblo con su líder. Por eso se declaran institucionalistas,
porque han perdido toda referencia humana y, en consecuencia, reducen la
política al movimiento de la inercia institucional sin sujeto. Eso también
hacen los “analistas”; se resisten a tematizar al sujeto, porque el sujeto es
irreductible a su consideración abstracta (de datos y números), porque desde la
neutralidad valórica que presumen, se les hace imposible comprometerse con la
vida del sujeto. Por eso sólo saben hacer “análisis” de la realidad, porque no
saben otra forma de auscultar algo que no sea la pura disección; necesitan de
la fría materia muerta, quieta, sin vida, para conocer algo. Por eso el
conocimiento que logran no sirve para la vida.
Por eso les conviene creer que el
líder está muerto y bien muerto, para poder estudiarlo y tasar los cálculos
correspondientes que deducen, de acuerdo a los intereses que les apadrinan.
Pero la realidad es otra, lo que se les escapa del todo. Si Chávez estuviese
muerto, el pueblo no estaría tan vivo. El acompañamiento todavía masivo al
líder no sería tan contundente. Para comprender aquello, se requiere de una aproximación
más acorde al evento, en consonancia con lo que significa para el pueblo el
deceso de su líder.
Los líderes de ahora son los que
resucitan a los líderes de ayer. Por eso Bolívar vuelve con Chávez para
quedarse ambos, como viento en la sabana, para levantar a todo un pueblo que ha
encontrado al fin su destino verdadero. De eso fuimos testigos. El deceso del
líder dio lugar a la consolidación de la vocación de un pueblo. Por eso la
muerte no fue muerte, porque la vida trascendió a la misma muerte. La
generosidad de la vida del líder es ahora la vida que alimenta la determinación
de todo un pueblo hacia su propia liberación.
La resurrección no es entonces
una reencarnación sino el habitar para siempre entre todos, produciendo la
fraternidad anticipatoria en la que, como decía Vallejo, “desayunemos juntos al
borde de una mañana eterna”. La sensibilidad del presidente Chávez era lo que
lo alejaba del político tradicional y lo acercaba más al pueblo, por eso podía,
de tú a tú, cantar, recitar, reír y hasta llorar con su pueblo. Por eso el
pueblo no lo dejó morir: “entonces todos los hombres de la tierra le rodearon y
le dijeron ¡coraje!, vuelve a la vida”. Vallejo tenía razón, el cadáver ya no
siguió muriendo sino, como viento en la sabana, se ha hecho más pueblo que
nunca. Ya no es él sino todo un pueblo, por eso su vida es ahora la vida de ese
pueblo. Por eso no hay una Venezuela sin Chávez, así como no hay una Venezuela
sola y aislada.
Si algo le reconocerán hasta sus
adversarios, es el posicionamiento geopolítico que logró el presidente Chávez
de, no sólo Venezuela, sino de toda Latinoamérica, en el nuevo contexto
multipolar. Y la vocación integracionista que diseminó entre los demás países
nuestros, es lo que no está permitiendo la balcanización de nuestra región. Su
apuesta por Maduro no podía ser más acertada, pues él acompañó la travesía
estratégica global que protagonizó Chávez. En su discurso ante la Asamblea y
ante su comandante ha destacado como el continuador idóneo del ideal
bolivariano: la patria grande.
Por eso, lo que nace, es la
efectivización del ideal en doctrina. La Doctrina Chávez es lo que se encarna
ahora como ideología nacional, lo cual nos muestra una disponibilidad potencial
que nace en un pueblo destinado a radicalizar el proceso que ha inaugurado.
Esta nueva disponibilidad nacional es la efectivización del proyecto popular
bolivariano. El gran legado del líder es precisamente devolverle al pueblo la
confianza en su propia potencia. Si se dice que el pecado del líder es su
desconfianza en su propio pueblo, el pecado del pueblo es no creer en su propia
disponibilidad; por eso decía Fidel: cuando el pueblo crea en sí mismo, se
habrá producido la revolución. Ahora podemos decir: el espíritu habrá
acontecido en cuanto pueblo.
Por eso el verdadero líder es el
que se encuentra en ese más allá en el que ya se encuentra el pueblo, aunque el
pueblo no se dé todavía cuenta de ello. Por eso el líder es maestro, porque es
primero discípulo. Su sintonía con el pueblo lo expresa esa empatía con lo
mejor que contiene el pueblo. Cuando esto de suyo reconoce el pueblo en el
líder, es cuando el pueblo empieza a reconocer su propia potencia, es cuando
empieza a verse como sujeto. Por eso sufre el deceso de su líder. Porque lo
potencial que ha destacado el líder en el pueblo es lo que se levanta como aquella
gratitud que se prodiga en el reconocimiento póstumo. La responsabilidad del
líder es ahora responsabilidad del pueblo. Ser sujeto consiste en eso, en el
hacerse libremente responsable por todo y por todos. Así nace el justo. El que
se hace cargo del sufrimiento ajeno.
Pero el hacerse cargo no es
gratuito, tiene consecuencias, porque no hay otra que enfrentar a los poderes
fácticos. Por eso son perseguidos y vilipendiados por los poderosos del mundo,
porque han osado hablar por los más débiles. Entonces, no es una apuesta
inocente sino sumamente comprometida, porque en ello se arriesga la propia
vida. El justo da la vida aunque le cueste la vida. Esta máxima abnegación
debería de librarle de padecimientos, pero no, es más, parece que el justo es
quien más sufre. ¿Por qué?
Es ésta una de las preguntas que
más nos conmueven: ¿por qué sufren los justos? ¿Por qué precisamente ellos, los
que dan tanta vida, deben sufrir tanto? El llanto del pueblo pregunta algo que
ninguna ciencia sabe contestar y el sufrimiento del líder se encarga de
ahondar. Si es cierto que son ellos quienes reciben los dardos de odio y
maldición que profieren los poderes fácticos, entonces cabe comprender que no
hay fortaleza física que pueda aguantar aquello; y si a eso le sumamos la decisión
de cargar con el dolor del pueblo y, de ese modo, ahorrarle penas futuras, se
entiende su vida como un literal sacrificio.
Pero eso no nos consuela sino que
desconsuela. Y tampoco nos convence, porque el justo no vive su abnegación como
sacrificio sino todo lo contrario. Para el que calcula sólo sus propios
intereses, cualquier desprendimiento es puro sacrificio, por eso no le interesa
nada que no sea su propio provecho. Por eso jamás entenderá la justicia y jamás
vivirá el amor en su vida. Pero entonces, si el justo vive su abnegación como
lo trascendente de su condición humana, ¿por qué esto no le libra del
sufrimiento?
Es la pregunta que le hace uno de
los ladrones al crucificado. Éste calla y tampoco responde el otro, pues
reafirma su condición de inocente. Entonces la pregunta se amplifica, porque ya
no es sólo por qué el justo sufre sino por qué sufre también el inocente.
Pero, de ese modo, la pregunta
devela que ya no se trata de una pregunta que pida una respuesta sino que nos
llama a nosotros a hacernos cargo, ya que el justo se ha ido. Tal vez no sea
que buscamos una respuesta “satisfactoria” para semejante pregunta sino la
certeza de un despertar que nos mueva a realizar nosotros la pasión del justo:
acabar con el sufrimiento ajeno. Hay preguntas que no buscan respuesta sino
compromiso, y tal vez es mejor que así sea porque, como dicen los que saben, si
hay respuesta a por qué sufren los demás, su dolor ya no nos conmovería y nos
volveríamos indiferentes al dolor ajeno.
La respuesta cancelaría nuestra
motivación a la acción. Es decir, nuestra capacidad de indignación quedaría
anulada y, con ella, nuestra sensibilidad se volvería insensible. Los justos
morirían en vano.
Pero los justos no mueren porque
lo que producen es el compromiso de los vivos. Parece entonces que, al no
hallar respuesta al sufrimiento de los justos y los inocentes, buscamos
remediar aquello y eso es lo que produce en nosotros el compromiso con los
justos. Cuando clamamos a los cielos por el fin del sufrimiento, parece que la
vida de los justos nos señala que somos nosotros, todos, en nuestro ahora, los
encargados para acabar con aquello. Por eso Túpac Katari decía al morir:
volveré y seré millones.
Por eso Chávez es ahora millones.
Porque los muertos no están muertos si los vivos hacemos nido de su causa en
nuestra vida. Ahora es nuestro turno nos dicen. No desmayen, no claudiquen,
porque no están solos, porque los muertos están con los vivos, porque el dolor
de los vivos es llanto para los muertos.
Dicen que si los muertos no
rezaran por los vivos, los vivos no vivirían ni un solo día más; entonces,
¿dónde que están muertos? Si los injustos levantan la memoria de sus “héroes”,
¿por qué los humildes no debieran hacer aquello? Ellos honran su memoria
nefasta y prohíben que los pobres lo hagan; así quieren apagar la memoria del
pueblo y dejarlo abandonado a su suerte. Por eso hay que afirmar, como nunca,
que Chávez vive en el amor de su pueblo (palabra repetida por Maduro, palabra
tan desgastada y, sin embargo, tan necesaria, no sólo en momentos de alegría
sino, sobre todo, en momentos no tan gratos). Eso queda del más vilipendiado,
odiado y calumniado por la plutocracia, no sólo de su país, sino del planeta
entero: el amor de su pueblo.
Como el crucificado, quien dio la
vida por los pobres, al final sólo se le escuchaban palabras de amor:
“perdónalos Padre porque no saben lo que hacen”; del mismo modo, las palabras
de Chávez viven porque iluminan, por eso el pueblo llama a esa revolución, la
“revolución bonita”. Por eso, lo que queda es lo que no se ve, pero es lo que
da sentido a todo lo que se hará, de ahora en adelante; por eso, aunque ya no
esté físicamente, está, dice el pueblo, más cerca de nosotros que antes. Porque
ahora él ya no es él, su vida ya no es su vida, sino la vida de todo su pueblo.
Rafael Bautista S. es autor de
“DEL MITO DEL DESARROLLO AL HORIZONTE DEL SUMA QAMAÑA
Editor: Teólogo-Informático Roberto Romero
Prensa Digital Notic Voz el Cajigalense; Yaguaraparo, Municipio Cajigal, Estado Sucre, Venezuela.
Dirección Internet: http://robertoromeropereira.blogspot.com/