Lo que el bonarense Bergoglio nos recuerda no es algo novedoso porque ya los griegos lo habían descubierto. Aristóteles en La Política expone que el Estado “necesita de ciudadanos que sean capaces de mandar a los demás y que se consagren a este servicio público, sea por toda la vida, sea temporal y alternativamente”. No puede ser un modo de decir, sino un modus vivendi. El actual circo mediático que rodea el pomposo mundo político soslaya esta cuestión. La política ejercida en beneficio del ciudadano ha de ejemplificar en aspectos concretos esta realidad. La política de gestos no ha de ser entendida como un quedar bien, un figurar, procurando que el tratamiento de la prensa sea correcto y respetuoso con la persona del político. Esto no es servicio.
El Papa ha realizado varios gestos que muestran en su persona que es posible otro modo de gobernar y de ejercer el poder. El primero de ellos es el acto de acudir en primera persona a pagar la factura del alojamiento en el que estuvo en los días previos al cónclave. Esto contrasta con la actitud de quien considera que el Estado ha de acarrear con todos los gastos de representación del político, mezclándolos incluso con otros gastos de carácter personal.
El segundo es la petición que formuló a sus paisanos para que no viajaran a su misa de pontificado y revirtieran ese dinero en los pobres. El fondo de este detalle no estriba en la conveniencia o no de realizar dicho viaje, sino en la consideración de que es preciso tener presente antes de realizar un gasto cuantioso su necesidad y su utilidad. La política como servicio implica un disponer ético del dinero público, responsable y atendiendo a las necesidades prioritarias.
El tercero es la sencillez con la que el santo Padre acude a los actos públicos, destacado en su vestimenta y sobre todo en su modo de actuar. La actual distancia entre la clase política y los ciudadanos deriva de que los políticos están en el Olimpo, apoltronados, más preocupados de no perder comba y de resguardarse de los enemigos internos del partido que suspiran por usurpar su sillón.
Algo está equivocado cuando encontramos pocos gestos de los políticos que manifiesten que la política es un servicio al ciudadano. La clave está en el desprendimiento del cargo. El papa ha manifestado que no aspiraba a serlo, pero lo aceptaba si era el mejor modo de servir. El político no está desprendido de su cargo porque lo contempla como una aspiración personal: lo desea a toda costa, lograrlo es el culmen de una lucha fratricida. Así pues, este modo que el político tiene de entender su ejercicio está viciado desde su inicio y por ello, mientras siga así, será complicado que comprenda que la política es una vocación. Vocación viene del latín vocare, que significa llamar, lo que denota que hay alguien que llama (la sociedad, en el caso del poder civil). En cierto modo, no es por tanto uno el que elige ser político. Ojalá que el papa de los pobres, como algunos ya le proclaman, encarne su vocación de servicio y sirva de ejemplo para quienes ostentan el poder público.
Editor: Teólogo-Informático Roberto RomeroPrensa Digital Notic Voz el Cajigalense; Yaguaraparo, Municipio Cajigal, Estado Sucre, Venezuela.Dirección Internet: http://robertoromeropereira.blogspot.com/
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