Lucy
Kellaway
De vuelta a la oficina, tras un largo fin de semana, no
pude empezar a trabajar porque había olvidado la contraseña de mi computadora.
Tal vez se debiera a la excitación causada por la combinación de una boda
espectacular seguida de una muerte espectacular, pero mi cerebro era incapaz de
recordar una sencilla secuencia de siete caracteres. Al principio, nunca
olvidaba mi contraseña. Pero eso es porque la gran palabra secreta que había
escogido era “Kellaway”, la cual consideraba que podría recordar sin esfuerzo
incluso en los momentos más tensos. Las cosas no empezaron a torcerse hasta que
los expertos en seguridad informática me dijeron que esta contraseña no volvería
a servir. Reacia, busqué algo más elaborado y, para estar segura de no
olvidarla, escribí la palabra en un post-it y lo pegué en mi monitor.
Pero ahora, las notas en los monitores están mal vistas,
y el ordenador insiste en que mi clave tiene que contener una mezcla confusa de
letras, números y garabatos y cambiarse continuamente. Para ayudarme en la
labor, he diseñado un sistema: alterno a los miembros de mi familia, con letras
mayúsculas, puntuación y edades. Sin embargo, tal y como descubrí el martes,
este sistema no es a prueba de errores. Me atrevería a decir que es lo bastante
simple como para que cualquier hacker lo descifre en un nanosegundo, pero es lo
suficientemente complicado como para frustrarme. Soy incapaz de recordar por
qué miembro de la familia voy, si es un punto o una coma, o qué edad tiene.
Ya sería suficientemente malo si sólo tuviera que
recordar una contraseña. Pero tengo claves para mi banco, mi correo
electrónico, Amazon y para cualquier otra página en la que haya entrado a comprar
alguna vez. La mayoría de ellas son variaciones sobre un tema, algunas más
largas que otras, ¿pero cuál es cuál?
En cierta medida, me consuela el hecho de que mi técnica
es mejor que la de algunos. Un reciente estudio de 23 millones de contraseñas
mostró que la más popular con diferencia sigue siendo 123456. Entre las
palabras, “Password” ocupa el primer lugar, seguida de “Iloveyou”, “princess” y
“rockyou”.
Existe una nueva aplicación que pronto podrá descargarse
para el iPhone y que ofrece una serie de imágenes para ayudarnos a recordar
claves aleatorias, pero parece un tanto complicada para mí. En su lugar, se me
ocurre una ayuda mnemotécnica más sencilla basada en lo único que puedo
recordar siempre sin problemas -las letras de los Beatles-. Así, una contraseña
espléndida podría ser H!Ins, H!Nja ("Help! I need somebody, Help! Not just anybody"). Pero
hay dos problemas con ello. Primero, no estoy segura de acertar con
la puntuación, y segundo, según un reciente estudio académico, las claves
mnemotécnicas pueden resultar igual de fáciles de descifrar que los nombres de
tus hijos.
Muchos portales intentan ofrecer mayor seguridad haciendo
preguntas que supuestamente se pueden memorizar sin problemas. Pero no me
parece que estas preguntas sean para nada fáciles de recordar. De hecho, a
menudo tengo que inventar respuestas y apuntarlas en mi diario para no
olvidarlas. ¿Cuál era el código postal de tu lugar de nacimiento? Esto... ni
idea. ¿Cuál era el segundo nombre de tu padre? No tenía. Peores aún son las páginas
que piensan que las preferencias son más seguras que los hechos. Cuando quiero
comprobar cuánto dinero tengo en la cuenta, mi banco me pregunta: “¿Cuál es tu
comida favorita?” Como realmente no tengo ninguna, siempre escribo:
“Maltesers”, aunque no me queda la conciencia tranquila. Peor aún es que te
pregunten por el nombre de tu mejor amigo. Como la mayoría de los adultos, he
superado la fase en la que se tiene uno. Entonces, ¿escribo el nombre de mi
mejor amiga de la escuela? ¿Debería seguir escribiéndolo aunque hayamos
discutido?
Al final, por complicada que sea la clave, sabemos que no
es segura. Quienquiera que entrara en la red de PlayStation el mes pasado tiene
acceso ahora a 100 millones de contraseñas, y pese a que es de suponer que
estarán codificadas, seguramente puedan descifrarse con un poco más de
esfuerzo. Y teniendo en cuenta que la mayoría de los usuarios probablemente
usen las mismas claves para todo, los hackers podrían disfrutar como enanos
entrando en las cuentas bancarias y gastando el dinero de otros en la red.
Los pocos expertos en informática que conozco han
intentado protegerse comprando software que genera una cadena interminable de
claves aleatorias y que las recuerda todas. Pero también hay un problema con
esto. Hay que recordar una contraseña maestra para entrar en el sistema.
No puedo evitar preguntarme por qué es todo tan
complicado. Para tener acceso a mi dinero, que es lo principal, lo único que
necesito es una tarjeta de plástico y un simple PIN de cuatro números. No necesito
saber mi comida favorita ni recordar la edad de mis hijos. ¿Por qué no podemos
hacer lo mismo aún con una computadora?
Editor: Teólogo-Informático Roberto Romero
Prensa Digital Notic Voz el Cajigalense; Yaguaraparo, Municipio Cajigal, Estado Sucre, Venezuela.
Dirección Internet: http://robertoromeropereira.blogspot.com/
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