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domingo, 16 de enero de 2011

Internet: cómo no liberar al mundo

VENEZUELA



Bandera de Venezuela

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El protagonismo de Twitter durante las protestas que siguieron a las elecciones iraníes de junio 2009 ha sido a menudo citado como un ejemplo del potencial democratizador de internet y las redes sociales.
Y las multitudinarias manifestaciones por la paz en Colombia, convocadas a través de Facebook en febrero de 2008, como un ejemplo de su capacidad de movilizar a millones en torno a una causa.
Sin embargo, esas mismas tecnologías también están siendo empleadas por gobiernos autoritarios con fines de propaganda o incluso para controlar mejor a la disidencia, advierte Evgeny Morozov en su libro "El engaño de la red" (The Net Delusion).
"Y la promoción de internet como una herramienta de liberación por parte del Departamento de Estado (de EE.UU.) la ha politizado hasta tal punto que algunos países asumen que Twitter y Facebook no son más que una extensión de la política exterior estadounidense", le dijo Morozov a BBC Mundo.
"El resultado – afirma – es que sus gobiernos han empezado a actuar de forma más agresiva en el ciberespacio de lo que lo hubieran hecho en otras circunstancias".
Y, como reconoce el propio Morozov, a raíz de las filtraciones de WikiLeaks también se ha hecho obvio que el mismo gobierno de Estados Unidos en ocasiones trabaja para limitar la libertad en internet.
clicParticipe: ¿más internet equivale a más democracia?
El investigador y blogger bielorruso advierte además que la popularidad de las redes sociales también está haciendo mucho más fácil el trabajo de identificación de críticos y disidentes.
De hecho, uno de sus capítulos se titula "Por qué la KGB quiere que te unas a Facebook".
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Muchos usos posibles
Los argumentos de Morozov inyectan un poco de realismo a un debate en el que entusiasmo por las posibilidades abiertas por las nuevas tecnologías ha llevado a muchos a creer que existe una relación automática entre mayor acceso a internet y mayor libertad.
Y es que el también editor asociado de la revista Foreign Policy y actualmente académico visitante de la Universidad de Stanford no considera que esa conexión sea inevitable.
"La premisa está equivocada no tanto por sus expectativas sobre la tecnología como por sus expectativas sobre la naturaleza humana. Asume que todo el mundo quiere ser un disidente, que todos están pidiendo y buscando democracia", le dijo a BBC Mundo.
"Pero la mayoría de la gente no aprovecha su acceso (a internet) para averiguar más sobre sus gobiernos o para movilizarse y protestar. Lo usa para satisfacer sus necesidades básicas de información, para chatear, para entretenerse", afirmó.
Además, a diferencia de lo que se creía originalmente, los gobiernos han ido encontrando maneras para ejercer un mayor control sobre lo que ocurre en el ciberespacio.
Algo que, en su opinión, se ha visto facilitado por el surgimiento de numerosos intermediarios de vocación comercial, que pueden ser fácilmente presionados por las autoridades.
Un ejemplo habrían sido las concesiones a la censura que en su momento hizo Google para poder operar en China.
Otro, más reciente, la decisión de Amazon y PayPal de dejar de prestarle servicios a WikiLeaks por la presiones de Washington.
"Mientras haya gente en el medio, y esa gente esté impulsada por incentivos comerciales, los gobiernos siempre van a tener una forma para influir en su comportamiento", dijo Morozov.
Pero no sólo eso: según el investigador, los actuales intermediarios también terminan ahorrándole a los gobiernos autoritarios muchos costos y esfuerzo.
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Redes sociales y vigilancia
Ahí reside la utilidad de Facebook para la KGB... o la CIA: además de más comercial, la red también se ha vuelto cada vez más social y cada vez hay más incentivos para que la gente comparta grandes cantidades de información.
Y los gobiernos han encontrado formas para agregar y estudiar esos datos, identificar tendencias sobre como los usuarios se relacionan entre sí, etc.", le dijo el autor de "El engaño de la red" a BBC Mundo.
"Antes de la llegada de las redes sociales virtuales, los gobiernos represivos tenían que hacer un gran esfuerzo para averiguar sobre la gente vinculada a los disidentes", dice Morozov en el libro. "Hoy, nada más tienen que conectarse a Facebook".
Morozov cuenta que después de las elecciones en Irán los funcionarios de migración empezaron a interesarse por los perfiles de Facebook de los iraníes que llegaban del exterior, ocupándolos para identificar a posibles sospechosos de haber participado en las protestas.
Una tarea que se vio además facilitada por las numerosas fotos y videos publicados en internet.
Y, de haberse publicado más tarde, su libro tal vez también habría incluido una referencia a las presiones a Twitter por parte de la justicia de EE.UU., que está demandando información sobre las cuentas, dirección física, teléfonos y contactos de varias personas vinculadas a WikiLeaks.
Activismo para impresionar
Morozov se muestra además escéptico por la capacidad movilizadora de las redes sociales, a la que considera grandemente sobredimensionada como resultado de un nuevo vicio occidental: creer que todo puede explicarse a partir de su relación con internet.
Según él, el activismo político facilitado por las redes sociales virtuales a menudo no refleja un compromiso con una causa sino la necesidad de "impresionar a los amigos".
Y aunque esto puede servir para organizar una que otra manifestación – como en el caso de Colombia – sería muy ingenuo pensar que puede convertirse fácilmente en un motor de cambio.
Eso no significa que Morozov no reconozca el potencial democratizador de las nuevas tecnologías.
"Pero la forma en la que se está promoviendo ahora, sin prestarle atención a los contextos políticos, a las especificidades culturales, puede resultar peligroso", advirtió en su conversación con BBC Mundo.
Y es que la tecnología, por sí sola, no es garantía de nada.
"Internet es mucho más que un simple megáfono para el discurso democrático: también puede tener usos que son extremadamente antidemocráticos", recuerda Morozov en el libro.
"Y si no se le pone atención a esos otros usos, el proyecto mismo de la promoción de la democracia puede estar en peligro", es su conclusión.

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